viernes, 19 de noviembre de 2010

EL PEOR MOMENTO

Alguna vez nos encontramos con que un día, cualquier día, puede ser el peor. No suelo adjudicar una valoración a todos y cada uno de los momentos por los que paso y sería difícil hacerlo, si el peor fuera un cero y el mejor un diez, qué pasaría una vez los he pasado ¿ya no habría momentos mejores, ni peores?, o debería volver calificar tan nefasto momento. Quizás en el siglo en el que estamos, debería calificarlos en sistema binario, cero si malos y uno si son buenos y no habría momentos mejores, ni peores, simplemente malos o buenos, así sería más fácil sobrellevar un mal momento, pero los buenos tampoco serían gran cosa, sólo buenos.
Siempre hay una máxima que llevo conmigo y es que cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar, pero también de mejorar y muchas veces una cosa u otra está en nuestra mano.
Es más fácil buscar culpables fuera que asumir nuestra propia culpa y las personas tenemos tendencia a centrarnos en aquello que no depende de nosotros y nos excusamos en ello, en vez de fijarnos en lo que sí podemos cambiar, en todo aquello que sí depende de nosotros y que quizás, con un simple gesto mejoraría o facilitaría el paso de cero a uno, de mal a bien, de negativo a positivo. Lo realmente importante es aquello que está en nuestra mano poder cambiar, el resto es aledaño.
Hace no mucho viví el que quizás haya sido mi peor momento como corredor popular, fui a realizar una prueba de esfuerzo y aún con la mente en las palabras que me había dicho el médico en la prueba de esfuerzo, salí a rodar. Unas horas antes y sin tener todavía el resultado final de la prueba, pregunté: “¿Cómo ha salido?” y el médico me dijo, bien puedes practicar cualquier deporte que tu corazón resistirá y que mis MMP correspondían con lo que, a día de hoy, se podía esperar, eso no puede ser, algo debe estar equivocado yo tengo que tener potencial para mucho más.
Di mi primer paso, de no haber realizado la prueba de esfuerzo habría seguido trabajando para conseguir mis objetivos, pues a por ellos. Siempre he considerado que los límites están para ser superados, si alguien considera que algo es imposible o irrealizable nunca lo hará, el único límite que tenemos es el que nosotros nos ponemos, nadie rebasará ese límite si no cree que puede hacerlo. Ahora conozco dónde están y sé que lo que realmente me ha querido decir el resultado de la prueba es que debo trabajar duro para volver a superarlos.
Ya he dado el primer paso, había que dar uno más y empezar a exigir a mi cuerpo lo que espero de él pero el día no estaba para fiestas, me he encontrado con que a mitad de la salida no puedo dar un paso más, las piernas me pesan y el corazón me dice que poco puede hacer, mis pulmones no dan abasto para oxigenar mi cuerpo.
Quizás otro día ahí, se hubiera acabado mi salida, considero que sufrir en balde es absurdo, pero desistir hoy sería aceptar la derrota firmando una rendición sin condiciones.
Estoy solo y cuando toca sufrir, prefiero hacerlo solo, creo que sólo uno es capaz de saber lo que está pasando en su interior, sólo uno es capaz de apreciar el sufrimiento por el que está pasando y recibir el golpe y dar un paso más otorga una pequeña y agria victoria.
Cada paso es un martirio, cada mirada al reloj una  puñalada a mi moral, cada repecho asesta un certero golpe en mis piernas y así he acabado, martirizado, con las piernas rotas y la moral por los suelos.
Pero he acabado, he sufrido, pero he podido terminar. Muy lejos de los límites que ha marcado la prueba, mucho más lejos de los objetivos que tengo marcados en la cabeza, he pasado mi peor momento como corredor, pero lo he pasado y sé que ese sufrimiento no ha sido en vano, sé para llegar hay que sufrir y hoy una vez más la vida me ha dado una lección que de vez en cuando hay que repasar.
No hay victoria sin sufrimiento y no hay imposibles, tú decides.

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