martes, 8 de febrero de 2011

EL BIEN O EL MAL

Qué está bien y qué está mal, parece una cuestión trivial ya que todos creemos saber qué es lo correcto y si es tan fácil poder distinguir entre ambas opciones, por qué en ocasiones cuesta tanto hacer lo correcto y dando un paso más, ¿qué es realmente lo correcto?
La percepción del bien y del mal es algo aprendido y por eso podemos llegar a creer que hacer lo correcto o lo incorrecto es algo relativo y obrar de una u otra forma está causado por una moral impuesta, por nuestros padres, por nuestro modelo educativo, en definitiva, por la sociedad en la que estamos ubicados pero también es cierto que todos de forma no consciente sabemos de su existencia y adoctrinar en su relatividad no es más que otra forma de imposición.
Pero y si realmente el ser humano naciera libre, lejos de la alienación que la sociedad y su entorno producen en el individuo y si dispusiéramos realmente de libre albedrío, ¿sería igual nuestra percepción del bien y del mal? o al no disponer de los encorsetados clichés de nuestros prejuicios todo aquello que creemos bueno y correcto cambiaría y de ser así, hasta qué punto sería diferente.

Quizás lo único cierto sea que no hay nada absoluto, nada es absolutamente bueno y nada es absolutamente malo y lo que para uno es bueno para otro no lo es, no hay más que echar un vistazo a las diferentes sociedades que componen nuestro mundo para darse cuenta de que actuamos de forma diferente y que hoy somos así y tenemos la firme convicción de estar en lo cierto bajo la óptica de sabernos protegidos por la sociedad que nos cobija y a la vez alimenta ese sentimiento, cuánto más fuerte sea el convencimiento individual, más fuerte será la cohesión del conjunto, pero no por ello será ni más cierto, ni mejor.
Hablamos de una sociedad que cada vez coarta más la libertad individual, a base de prohíbiciones y de todo tipo de restricciones, dónde todo ha de ser regulado y regido por alguien que cree que puede decirnos qué es mejor para nosotros, parece ser que la evolución que hemos sufrido no ha sido suficiente para aprender a comportarnos sin que una ley nos indique que sobrepasamos los límites de una moral impuesta. Es aquí donde entramos en la paradoja de que aquellos que nos gobiernan son elegidos por aquellos que son incapaces de gobernarse así mismos y que se creen libres por el mero hecho de que la sociedad les responsabiliza de sus actos, sin ser conscientes de que viven cautivos bajo el yugo de sus creencias en una celda construída con barrotes de libertad.

Prisionero sin sentencia cumplo condena
Cuando ni los pensamientos nos pertenecen
Y cada intento de huida endurece la pena
Mi libertad y capacidad de creación perecen
La pena de muerte se me ha aplicado
Por un delito del que no soy culpable
Que por nacer, me ha sido achacado

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