viernes, 25 de marzo de 2011

EL OASIS

El viajero siguió su camino y durante su viaje pudo ver las increíbles maravillas que adornan el sendero por dónde su caminar transitaba.
Un día a lo lejos observó un enorme desierto que  por momentos, parecía hacerse más grande y atraído por su inmensidad dirigió sus pasos hacia allí y comprobó que efectivamente el desierto crecía lentamente y pensó horrorizado que si seguía creciendo, alguna vez todo cuánto había visto podría llegar a ser un inmenso desierto.
Con miedo se adentró en él, la curiosidad siempre vencía los miedos del viajero, anduvo por el desierto durante varias horas hasta que no mucho más lejos de dónde él estaba vio un oasis y cerca de él un anciano, decidió dirigirse hacia el oasis para beber algo de agua y con la idea clara de satisfacer su curiosidad acerca de tan extraño lugar.
El anciano tenía el pelo largo y larga barba, su pelo parecía estar endiabladamente enredado de tal manera que cada uno de los enredos parecía haber sido cuidadosamente peinado, vestía un talar blanco que resplandecía brillante y hacía casi imposible apartar la vista de él, los pies descalzos y en las manos un cayado que le servía de bastón y aún le daba un aire más venerable.
- ¡Hola anciano! - Saludó el viajero.
- Hola viajero, pareces cansado, puedes parar tus pasos en el oasis y beber agua para saciar tu sed, el desierto es un duro lugar. - Dijo el anciano.
- ¿Quién sois y qué hacéis aquí? - La curiosidad era su debilidad y no pudo evitar preguntar.
- Soy el guardián de estas tierras y de lo que habita en ellas. - Contestó.
- Perdone mi atrevimiento y curiosidad anciano, pero me parece un extraño desierto, al entrar me ha dado la sensación de que, por momentos, se hace más grande. - Comentó.
- Y así es. - Respondió el anciano.
- Pero, ¿cómo es posible anciano?, ¿qué maldición tienen estas tierras? - Preguntó no sin declarar cierto miedo en el timbre de su voz.
- Ninguna maldición ha caído sobre estas tierras. Dime viajero, ¿alguna vez dejaste de decir algo que querías decir y que, posiblemente, alguien quisiera oír? o ¿alguna vez dejaste de hacer algo que te hubiera gustado hacer y que, posiblemente, alguien hubiera querido que hicieras?
- Sí anciano, alguna vez... - Respondió el viajero mientras recordaba las numerosas veces que omitió decir un te quiero o un lo siento o no dio el abrazo que tanto necesitaba dar.
- Y dime viajero, ¿alguna vez te enojaste sin motivo o con pocos argumentos y mostraste tu enojo sin rubor? - Volvió a preguntar, su voz era grave pero templada y serena y transmitía tranquilidad a quién la escuchaba.
- Sí anciano, ¿quién no? - Dijo mientras en su memoria se agolpaban tantos momentos desagradables que había creado sin motivo aparente o de forma innecesaria.
- Cada vez que omitimos las palabras que deseamos decir y que alguien necesita oír, cada vez que dejamos de hacer aquello que deseamos hacer y alguien necesita que hagamos por él, cada vez que hacemos patente nuestro enfado aún sabiendo que no hay motivos para ello, añadimos un grano de arena al desierto. Ese, viajero, es el motivo por el cuál el desierto se hace cada vez más grande. - Dijo mientras hundía el cayado en la arena, dispuesto a continuar su inacabable caminar.
- Un momento anciano, un momento, ¿y el oasis?, ¿quién crea el oasis?, ¿quién cuida para que el desierto no lo cubra?, ¿es ese tu cometido anciano? - Volvió a preguntar, pensando en cuántos granos de arena había aportado a ese desierto a lo largo de su vida.
- No viajero, no es ese mi cometido aquí. Cada vez que alguien dijo palabras que otro necesitaba oír, cada vez que alguien hizo algo que otro necesitaba que fuera hecho y cada vez que alguien no dijo o no hizo algo y tras seguir su camino corrió de vuelta para dar un abrazo y susurrar "te quiero" contribuye a que el oasis no se pierda. - Respondió iniciando su lento e incansable caminar.
- Entonces anciano, ¿cuál es tu cometido aquí? - Volvió a preguntar el viajero.
El anciano se volvió y contestó:
- Hacerte saber que el desierto y el oasis tienen origen en el mismo lugar, en lo más profundo de tu corazón, en cada uno de tus sentimientos y en cada uno de tus actos y que en tu mano está crear una cosa u otra.

Cada ahogada intención
Cada silencio ensordecedor
Cada latido del corazón
Permanecerá por siempre
En la memoria perdida
En la brevedad de tu vida

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